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Querido diario

Siempre es lo mismo, entro a clase sin saludar enciendo el móvil y comienzo escribir este extraño diario de móvil, prefiero hacer eso antes que mirar a mi derecha. Está él. El chico que me gustó desde el primer día, desde que escuché su bromita homófoba. Sí, lo sé. Tengo un pésimo gusto. Pero no lo entendéis, todo es muy nuevo para mí, este mundo de los hombres y descubrir poco a poco mi sexualidad. ¡Solo tengo dieciséis años! No me juzguéis.

Él se llama Laro, es un chico rubio de ojos negros. ¡Mirad, aquí viene! Hoy trae una camisa blanca y unos pantalones vaqueros que le hacen una perfecta forma delantera, y cuando se gira envuelve su trasero como si fuera un regalo de navidad… ¡Ban que estás escribiendo! Desde que sé que soy gay no puedo dejar de fijarme en esas cosas, al igual que en sus ojos. Cuando se sienta al lado mío, como ahora mismo, no puedo mirarlo; me es imposible girarme. Mis mejillas empiezan arder y sólo le echo la culpa al radiador que tenemos detrás. Bendito cacharro asa clases, una suerte que estemos en diciembre.

Cuando me mira para hacer algún trabajo o simplemente para conversar, no puedo prestarle atención. Tengo déficit de atención (TDA) así que lo pongo de excusa pero no lo es. Cuando me mira se me acaba el mundo y solo existen las perlas negras de sus ojos, leyéndome la mente, penetrando hasta lo más oscuro de mi interior y dejándome esa chispa que siempre tienen sus ojos. Me sumo en aquel remolino de anarquía entre mi cerebro y mi corazón donde no manda nadie y todo se vota. Hoy hemos decidido que no podríamos mirarle, sus comentarios en forma de supuestas bromas empiezan a molestar.
Nadie en clase lo sabe, pero si lo supieran quizá sería el hazme reír de todos. Ahora tocan clases, en un rato sigo.

12:00

¡Diario! No sé qué está pasando hoy, Lalo está muy hablador y no he podido cumplir lo que pactamos. Como imaginamos al seleccionar esta opción se nos fue la mirada a su boca, sus labios son finos y hace ese gesto que me vuelve loco; humedecerse el labio inferior para después morderlo. Se me debió notar mucho porque me miró fijamente y me cogió de la mano…¡Lalo me cogió de la mano! El corazón comenzó a irme a mil por hora, no sabía cómo pararlo y tenía miedo de que se escuchara. ¿Cómo iba a justificar eso? Pero por suerte mis latidos solo los escuchaba yo, en mis oídos y cabeza. Aguanté todo lo posible hasta que retiró la mano. Como si de un globo se tratase me desinflé, me quedé sin aire y sin fuerzas. Aún no sé cómo he llegado a la biblioteca después de eso. Estoy agotado, no sé si podré verle otra… ¡Oh, no! Ahí viene otra vez, con su estupenda sonrisa iluminadora de cielos. ¿Y ahora qué hago yo? Me va a dar un infarto hoy.

12:40

Vale, ahora estoy en el baño, quedan unos minutos para subir al recreo y solo dos horas para que termine este día escolar pero, creo que me he vuelto loco. No es normal, estoy oyendo voces. Si eso será. No me ha podido decir «necesito hablar contigo antes de volver.» ¿Cierto?, no puede ser, ¿Querrá dejar de ser mi amigo? Arg ¡Claro que sí! Seguro que se ha dado cuenta de cómo lo miraba. ¡Joder Ban, eres estúpido! Si ya quedamos en no mirarle, por qué lo hice. Mierda…, no quiero perderlo.
Ahora no veo bien la pantalla, me pican los ojos, no quiero llorar por Lalo, no se merece mis extraños pensamientos. Soy un idiota.

13:00

Me voy a encontrar con él ahora, no voy a dejar de mirar el móvil, no voy a dejar de escribir… Si este va a ser mi último encuentro como amigos, quiero plasmarlo. Espero que mis ojos no se vean muy rojos.

Ahí está, es la hora. Se está acercando y parece distraído, su mano está en el cuello como intentando disimular o quizá está nervioso. No lo sé, no sé interpretar a la gente. Se para enfrente de mí y me mirá, está extrañado por como muevo los dedos sin mirar al teclado. Es una de mis grandes habilidades. Resopla y traga saliva, lo sé porque la campanilla se mueve haciendo un gracioso sube y baja, todo en él es tan lindo. Intento escuchar lo que me dice sin perderme en su figura, por ello estoy mirando el móvil. Voy a apuntarlo para poder asimilarlo.

—Ban necesito hablar contigo.

—¿Qué ocurre?

—Yo, siento todos esos comentarios.

— ¿Por? Sí me hacen gracia. Jaja maricónes y todo eso, ¿no?

—No hace gracia. Y que pienses así me enfada.

Te enfada…¿A tí te enfada? La madre que te parió Lalo, que se quedó muy a gusto. Soy yo el que tiene que aguantar día tras día tus horribles bromitas sobre cómo un gay no puede tener pluma o como los demás deben ir con el culo pegado a la pared. Estoy cansado de que me ataques así sin que yo pueda decir nada, porque ni siquiera sabes lo que siento por tí. Pero responderé más fríamente, no se me debería notar la indignación. Sino quizá lo descubra.

—¿Y eso?

—Pues…, me di cuenta de que…

Parece que titubea, no termina de hablar. Lalo está mirando a otro lado sonrojado, ¡espera! ¿Sonrojado?, ¿Por qué? Si supiera que le pasa. Igual le gusta alguien, alguien que es aliada y por eso no quiere contar más esos chistes. Uff no sé quién seas pero te lo agradezco.

—Habla Lalo, tenemos que subir a clase.

—Digamos que, me di cuenta de algo y…

—¿Te gusta alguien no?

—Sí.

Admitió con un tono derrotista y bajó los hombros, mi corazón se estrujó hasta tal punto que pensé, «igual hasta explota.» Pero no lo hizo solo empezó a latir mucho más flojito. Me acabo de apoyar en la pared y espero que me cuente más pero no parece por la labor. Necesito saber quién es ella, mi cara seguramente ahora será un poema de E.A.Poe. No sé si en mi cabeza se repite más veces el «nunca más» o el «te lo dije,» pero bueno, mi corazón se quizo arriesgar, ganó esa votación de intentar ir con todo un día de estos. Ese día ya no podría existir.

—¿Quién es ella?

—Es una persona de clase…

—¿Quién es ella?

Repetí la pregunta con insistencia, quizá demasiada insistencia, pues comencé a mirarle otra vez. En esta ocasión con firmeza mientras me acercaba a él. ¡Acabo de apoyar una mano a su lado! Le estoy acorralando, dios parezco un personaje de esos que ven las niñas de mi clase. Pero necesito saberlo, sin eso no voy a poder superarlo. Repetí la pregunta una vez más y me di cuenta. Lalo tenía los ojos perdidos y su sonrojo había aumentado. No entiendo nada… A mi pregunta solo posó la frente en mí pecho llamándome idiota. No era la primera vez pero esta fue especial. No venía sola.

—Tú, idiota.

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1 comentario en «Querido diario»

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