Al principio era el verbo. Las palabras del evangelio de San Juan resonaban en su mente como un soniquete interminable. Debía de ser efecto de la resaca, porque sólo después de cuatro o cinco gin tonics, su mente volaba a estratosferas más sublimes, en esos momentos se sentía cual náufrago pidiendo socorro a una muchedumbre de desconocidos y pensar en algo tan simple la consolaba. En unos horas tendría que volver al bufete, necesitaba embutirse en su traje de rayas y pintarse una sonrisa de carmín, pero antes necesitaba encontrar el número de Carlos para anular su cena, sólo pensaba en acostarse temprano y dejar que su mente volase a otras estratosferas. Aquel juicio la traía de cabeza, pero no podía violar el juramento a una amiga en la defensa de un marido innoble.
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