Las cortinas se balanceaban dejando ondas que deslumbraban una oscura habitación infantil. Un cuerpo tímido se asomaba entre la puerta, por un segundo se vio un rayo de luz del pasillo. No tardó en extinguirse. Sólo un ente al que llamaban Helding permaneció en aquella oscuridad, sus ojos avellana comenzaron a examinar todo resquicio de la habitación. Encontrando cerca de la cama una mesita de madera. En ella permanecía posado un pequeño tarrito de cristal; lo único que daba un poco de luz en aquel manto de noche. Unas rojas pastillas guardadas en aquel cristal, las cuales atraen pensamientos negativos.
Helding suspiró con suavidad al dirigirse a aquel lugar. Estar cerca de la mesita hizo que sus instintos se activaran, cogió el frasco, lo abrió y olfateo su olor a melocotón. “Que bueno es que las medicinas de hoy en día ya tengan un buen sabor, hacen mi trabajo más fácil.” Eso fue lo que pensó mientras su garganta comenzaba a tragar: una, dos, tres, diez, once, veinte, veintiuno. Todo el bote cayó esa noche, su cuerpo comenzó a coger una tonalidad rojiza, el cansancio fue su fuente de vida en ese momento y se acostó en la cama. Cerré los ojos y esperé, tenía la esperanza de no despertar. Pero su gran amigo no tenía esa intención.
En ese mundo se podía compartir todo; el dolor, el sufrimiento, la alegría, el color. Todo sentimiento. En mitad de la noche este pequeño negro bigotudo comenzó a maullar, las patas quedaron en la frente de aquel muchachito y como si de un hechizo se tratase. Aquel gato de pelaje negro absorbió su rojo color regalando en el proceso su negrura. Se acostó al lado de su amigo con un leve ronroneo, sus cuerpos eran del mismo color, ahora los dos compartían ese rojo. Fruto de la desesperación de un mundo desestabilizado. Y el negro siendo el color que solo absorbe colores, reteniendo elementos, dejando fluir sentimientos; buenos y malos hasta desaparecer.
Helding se despertó, gruñó con desesperación por ello hasta que le vio, el minino estaba rojo por la parte de su cola y él tenia aquel negro suave y agradable en su parte superior; como el pelaje de su minino. Helding no pudo estar disgustado, no deseaba decir nada, se inclinó hacia el animal y lo abrazó con cariño. Sollozó como hacía tiempo que necesitaba, descoloridos completamente y al pequeño en el proceso.
Dejando de nuevo el lienzo en blanco, solo una negruzca parte de sus cabellos, esa que poco a poco absorberá todo lo no aceptable en su mente, lo dejaría fluir y desaparecer poco a poco. Aquel color que de vez en cuando se vuelve rojo y movería todo en sus ojos, para reiniciar su color.
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He interpretado que la narración habla de un gato-hombre o de un hombre-gato. Y ya sea lo uno o lo otro, son bicolor.