Había un encantador jardín en el corazón de una pequeña ciudad llamada Durston. Este jardín, conocido como los Jardines de Durston, era un lugar mágico lleno de flores exuberantes y árboles majestuosos, similar a los Jardines de Kew que inspiraron a Virginia Woolf.
Una soleada mañana, una joven escritora llamada Elena decidió visitar los Jardines de Durston en busca de inspiración para su próxima historia.
Mientras caminaba por los senderos serpenteantes, su imaginación comenzó a volar y a crear mundos maravillosos en su mente.
Cada rincón de los jardines parecía tener una historia que contar.
Elena se adentró en un laberinto de arbustos altos y frondosos, donde descubrió una enigmática puerta de madera. Intrigada, decidió abrirla y se encontró con un mundo totalmente nuevo.
Del otro lado de la puerta, Elena se encontró en un jardín mágico lleno de seres fantásticos.
Hadas bailaban entre las flores y los duendes reían alegremente. El aire estaba impregnado de una energía mágica y llena de posibilidades.
Elena se sentó en un banco de piedra y sacó su cuaderno. Las palabras fluían de su pluma mientras describía la belleza del jardín y la magia que lo envolvía. Personajes fascinantes cobraban vida en aquellas páginas en blanco.
El tiempo parecía detenerse, mientras Elena se sumergió en su escritura, creando un relato lleno de aventuras, amor y misterio. Cada página escrita era un nuevo capítulo que se desplegaba ante sus ojos.
Pasaron horas y Elena no quería dejar aquel lugar mágico. Pero sabía que debía regresar al mundo real. Cerró su cuaderno con una sonrisa en el rostro y se despidió de las hadas y los duendes.
Con el corazón lleno de inspiración, volvió a casa. Sabía que aquel día había sido especial y que el relato que había creado sería una historia que cautivaría a los lectores.
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Presiento que es un jardín que necesita muchos cuidados. Y sólo por manos de profesionales.
Muy especial tu observación. Pues manos a la obra…